“En sus formas avanzadas, humorísticas, la publicidad no dice nada, se ríe de sí misma: la verdadera publicidad se burla de la publicidad, del sentido como del sinsentido, evacua la dimensión de verdad, y esa es su fuerza. La publicidad ha renunciado, no sin lucidez, a la pedagogía, a la solemnidad del sentido; cuantos más discursos, menos atención: con el código humorístico, la realidad del producto es tanto mejor resaltada por cuanto aparece sobre un fondo de inverosimilitud y de irrealidad espectaculares.”[1]
Vivimos un tiempo de mínimos esfuerzos y máximas expectativas donde el individuo, desfigurado y convertido en masa, se afana en cumplir los preceptos salvadores del consumo, debidamente expuestos mediante la publicidad. Habituados al mensaje directo del gag, parece que resulta a la mayoría cada vez menos estimulante el hecho de profundizar en la trastienda de lo formal, la apariencia se convierte en verdad de innecesaria refutabilidad, mutando en realidad única de orden global.
El arte, desplazado a un rincón de la escena mediática, ha perdido en sí mismo cuota de influencia sobre el espectador, bien por estar concebido como objeto estético de orden mercantil, desprovisto de discurso, o por contener conceptualizaciones que requieren de una participación reflexiva. Sin embargo, conforme apunta Lipovetsky, la publicidad ha abandonado cualquier pretensión más allá de lo esencial, grabar a fuego en la memoria del consumidor el nombre de la marca, proliferando con ello la simpleza de planteamientos y el empobrecimiento referencial de la colectividad.
Cayetano Ferrández en sus trabajos, realizados en vídeo y soporte fotográfico, se apropia en cierta medida de los modos de comunicación visual de la publicidad, da vida a escenas procedentes de la más absoluta artificialidad para, mediante muñecos elevados al estatus de modelos interpretativos, desarrollar microrrelatos con personajes que narran un trasfondo de angustias con las que la publicidad nunca salpicará nuestras retinas. La propia elección repetitiva del personaje, por parte del artista, nos da señas ya de una voluntad incisiva de cuestionamiento acerca del doble papel de la individualidad, que desarticula al grupo mientras lo homogeniza en los estándares de una nueva cultura infantilizada pero concebida para el consumo adulto. En uno de sus vídeos recoge la escena de un personaje convertido en peonza humana que, tras una larga danza de giros al extremo de una cuerda, queda inerte. La obra de Cayetano se compone de imágenes que encierran una gran carga simbólica invitando a múltiples reflexiones, pudiendo evocar situaciones como la de “la masa de ciudadanos que va quedando indefensa ante la pérdida de la protección que significaban las pensiones, la seguridad laboral o la enseñanza pública, que no sólo va en incremento sino que entra en unas nuevas formas de pobreza que origina la paradójica situación de subdesarrollo en el hiperdesarrollo industrial. Treinta y ocho millones de pobres censados en Estados Unidos resulta un dato alarmante en el paraíso de la economía actual.”[2] Son las contradicciones que quedan invisivilizadas en el gran panóptico que administra y modera la imagen global de nuestra sociedad, y en las que el artista profundiza dando forma a su personal metalenguaje.
Hay modos de expresión que, como la poesía y el arte, encuentran actualmente una especial dificultad de comunicación por la impermeabilidad sensitiva que se ha extendido a causa del uso masivo de otros formatos comunicativos, más intrascendentes en cuanto a su contenido, más eficaces en lo que respecta a sus pretensiones finalistas y obviamente más peligrosos en lo que se refiere al vaciamiento moral con el que son aplicados. Las fábulas de antes han sido sustituidas por nuevas y brillantes representaciones donde lo humano queda reducido al orden indolente de la profilaxia, abasteciendo la conciencia de rechazo respecto al diferente, hasta establecer los cánones del miedo ante el discurrir de lo imprevisto, lo ocasional. Tomando prestadas palabras de Josep Güell,
[1] Lipovetsky, Gilles. La era del vacío. Anagrama. Barcelona, 2002. Págs. 147-148.
[2] Muñoz, Blanca. La cultura global. Medios de comunicación, cultura e ideología en la sociedad globalizada. Pearson. Madrid, 2005. Pág. 215.
[3] Güell, Josep. Lletraferit. Barcelona, 1998. Pág. 31.
texto: José Luis Pérez Pont
imagenes : Cayetano Ferrandez